domingo, 27 de enero de 2008


I DON’T NEED TO NEED YOU

http://www.goear.com/listen.php?v=ca53dc3

Empecé a hacer canciones propias desde muy pequeño. Todavía no tenía piano, así que me pasaba muchas horas practicando en el aula de estudio del conservatorio. Estudiaba las obras para clase: el sempiterno Bach, la romántica, la moderna, la sonata… y luego paraba, porque tenía digamos… ciertas inquietudes, y empezaban a surgir melodías, armonías y acompañamientos, hasta que las tenía perfectamente estructuradas y acabadas. Un día, el profesor de clarinete estaba dando clase en el aula de al lado. Y en uno de los momentos de máxima exaltación de mi interpretación, (realmente estaba muy excitado) irrumpió en mi aula.

- ¿Qué estás tocando? (tenía la cara muy seria, así que que viniera de esa forma no sabía si era bueno o malo)
- Es una cosa que acabo de hacer.
- ¿Pero que es? ¿Schubert? ¿Schuman?
- No… la acabo de hacer yo.

Me miró con asombro y me dio la enhorabuena, me pidió perdón por haberme interrumpido y se marcho. Después de eso me dio un poco de vergüenza seguir si me iba a estar escuchando así que volví a las obras del programa.

Un día, después de clase, decidí enseñarle todo lo que había hecho a mi profesor de piano, a ver que opinaba el. Solo quedábamos los dos en el conservatorio. No me dijo nada, no me dio una crítica ni positiva ni negativa. Pero un día me dijo que quería llevarme a Puentes, porque conocía a un profesor que estaba estudiando composición en Barcelona, y que posiblemente me podría decir algo. Se llamaba Julián Rodríguez. Así que allá fuimos. Yo estaba algo (muy) nervioso. Entramos en el aula, y empecé a tocar. Al terminar no me dijo nada, ni bueno ni malo, simplemente nada. Así que nos fuimos, pero a mi me quedaba la sensación de que había estado perdiendo el tiempo.

Pero seguí haciendo mis pinitos, y muchas veces, después de las actuaciones de la banda, durante los pinchos, bajábamos hasta el piano, y les tocaba algunas a mis compañeros, que bailaban alegremente, mientras me decían: ¡Como mola esta! Eso me animaba mucho.

La primera que estrené ante un público de verdad, fue en el festival de fin de curso del conservatorio. Los alumnos de armonía de ese año teníamos que hacer una pequeña canción con todo lo que habíamos aprendido durante el curso. El caso es que yo ya la tenía hecha, tenía una, de las más antiguas, que se adaptaba perfectamente a las condiciones que tenía que cumplir. Entonces, decidí hacer un experimento, quería saber qué repercusión tendría una obra que hice cuando se supone que no tenía ni idea de composición y que llevaban años negándose a escuchar dando por hecho que no merecía la pena. De echo, antes del concierto le decía al director si quería escucharla en varias ocasiones y en todas me dijo que no. Entonces llegó el momento. Se titulaba The Maxx, en honor al comic de Sam Kieth. Era una pequeña pieza para piano. Tomé aire, subí al escenario, y vi que tenía todo el público para mí. Me senté al piano, y de repente todo desapareció, solo estaba yo, el piano y mi canción, y me concentré solo en darle en ese momento toda el alma que había depositado en ella al escribirla. No necesitaba ni leer la partitura, me la sabia de memoria. Cuando terminé me acordé de que había público. Más que nada porque estalló en aplausos, y me levanté a hacer los saludos de rigor, y salí del escenario. Yo estaba medio ido, como en trance, pero me di cuenta de que el director, que se había negado a escucharme tantas veces y me había escuchado en ese momento por primera vez, era el que más me aplaudía, y me obligó a volver a salir varias veces más para recibir los aplausos. Y entonces el profesor de clarinete me dio efusivamente la enhorabuena. Pero el festival continuó y ahí quedó la cosa. Me retiré un poco porque estaba algo cabreado, la obra había gustado, pero la había hecho con 11 o 12 años, ¿qué habría pasado si la hubiera tocado entonces? Una vez más tuve la sensación de que había estado perdiendo el tiempo.

Luego empezaron las clases de composición, y mi profesor me hizo un encargo, que no le hizo a nadie más. Se trataba de una obra para orquesta para estrenar ese mismo año. Enseguida me vino a la mente una obra para piano que había hecho pero dónde el piano se quedaba muy corto para todo lo que quería hacerle. Era la oportunidad perfecta para que también viera la luz pública. Hacía poco que había muerto mi padre, así que se la dediqué a el. La de trabajo que me dio la puta obrita. Hacer la orquestación ya me llevó lo suyo, y luego hacer las partituras para cada uno de los integrantes de la orquesta. Creo que crucifiqué varias veces al tío de la copistería. Pero por fin llegó el estreno. En Xove. Y la obra gustó mucho también. Ante la buena respuesta del público se estrenó también en Villalba, y en Pontevedra, quizás donde la obra tuvo mejor acogida, y donde saboreé mejor las mieles del éxito, pero esa es otra historia.

Ante esto, mi profesor de composición me comentó de debía presentarme a un concurso de composición. Así que tiré una vez más de stock y decidí que le tocaba el turno a “Canción de Luna”, una obra para oboe y piano, y una de las más antiguas también. Me presenté al concurso. Era en una iglesia. Tocamos la obra y el jurado y el público votaron entre todas las que se presentaban. Gané. Estaba muy contento, porque era el primero al que me presentaba, (y por ahora el único).

Pero vamos a ver, todas estas obras las había echo cuando tenía entre 11 y 14 años. Y nunca nadie me había echo puto caso. Si hubieran visto la luz entonces, ¿no hubieran tenido el mismo éxito? ¿Tenía que esperar siempre 10 años para presentarlas al público? Si me hubieran dado más apoyo desde el principio, quizás hubiera hecho más cosas, no lo sé. El caso es que luego me vine a Coruña a hacer la carrera de composición. Y sin haber tenido nunca el reconocimiento de mis profesores me vine abajo. Parecía que todo lo que hacía carecía de cualquier importancia. Y aunque el día del concierto me felicitaran brevemente, (que podía ser perfectamente por cortesía y nada más) el resto del tiempo me trataban como si no tuviera talento alguno. Ni una sola palabra de ánimo o apoyo.

Hace un año, fui a visitar a mi hermana Montse, y hablamos de la posibilidad de irme a Londres, para buscarme un futuro. En un momento de la conversación, ella me dijo que una vez, tomando algo con mis profesores, le habían dicho cosas como: “Tu hermano no tiene idea de lo bueno que es” “No se lo cree” o “Hay cosas que tiene que pulir, pero tiene partes de genio”. Cuando mi hermana me dijo eso, me cayó el alma a los pies y me deshice en lágrimas, porque si hubiera sabido que lo que hacía realmente merecía la pena, y que realmente pensaban eso de mi, no me hubiera rendido nunca, por nada del mundo. Pero en ese momento era demasiado tarde. Lo había dejado todo porque no me habían echo un sitio en “su” mundo. Ni nunca me dieron apoyo real. Así os pudráis en vuestro conservatorio, hijos de puta.