miércoles, 16 de enero de 2008


LAS COSAS NUNCA SON LO QUE PARECEN

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Las cosas nunca son lo que aparentan.

Parecía un día de sol, y los rayos eran de tormenta.
Me pareció ver un conejo blanco, pero era un perro verde.
Parecía mirar un reloj de bolsillo, pero la cadena eran sus grilletes.
Parecía que corría tras el, pero era él quien corría detrás de mi.
Me parecía aquello una madriguera, pero era mi curro, y era yo el que llegaba tarde.
Me parecía que caía, pero sólo me hundía en el sillón, y en mis recuerdos.

Algo me decía “Cómeme”, pero yo entendí vomítame. Y vomité.
Algo me decía “Bébeme”, y yo entendí, escúpeme. Y envenenado le escupí.

Las dimensiones de todo cambiaban, pero el único que cambiaba era yo.

Así que el sombrerero loco me invitó a tomar el té. Pero, OH, sabía a café con leche. Le pregunte qué eran esos pergaminos, me dijo que era el Marca de ayer. Las luces y los colores ardían y quemaban, y mientras mis pulmones se derretían salí corriendo.

Si parecía un loco, que la guardia me hizo preso, me sacaron las drogas, a hostias, y me metieron en el calabozo. Me llevaron ante la Reina de Corazones, y jugué al strip-poker con ella desnudando mi alma y perdí. Y en un arrebato de principios, conseguí sublevar a un pueblo gritando republica, ¡que le corten la cabeza! La reina murió en la guillotina. Y yo morí con ella, puesto que uno de sus corazones era el mío.

Las cosas nunca son lo que parecen. Porque no es oro todo lo que reluce, y porque oro parece, pero plátano es. Así que disimula, porque parece que estamos en paz, y cada día es una guerra.

Cuando dejemos de mentirnos cruelmente a nosotros mismos, las cosas seguirán sin ser lo que parecen, pero al menos, parecerán mejores.