domingo, 28 de octubre de 2007

LA LEYENDA

http://www.goear.com/listen.php?v=3213c31

Llevo psicoanalizándome y buscando solución a mis problemas mentales desde los 13 años. Cuando era niño, llegué con el tiempo a ser bastante tímido y lleno de complejos, hasta el punto de que me ponía rojo de vergüenza si me caía un lápiz al suelo en clase y tenía que levantarme a recogerlo. La clave es que era consciente de que ese no era yo y tenía que superar todas esas trabas con las que no he nacido pero que heredé de una sociedad enferma. Creó que con el tiempo superé con éxito aplastante gran parte de ellas como la timidez y el pudor.

Nunca me importó lo más mínimo lo que la gente pensara de mi, tanto físicamente, en forma de vestir, o de actuar, ya que las opiniones que pudiera causar en los demás, fueran buenas o malas, nunca influirían en mi ni para bien, ni para mal, así que siempre hice las cosas como a mi me gustaban sin tener en cuenta para nada el qué dirán.

Si nos ceñimos a la lógica, el ser humano, a medida que fue perdiendo pelo, tuvo la necesidad de crear prendas de vestir, no sólo para protegerse del frío, sino también de roces y diversas agresiones a la piel tales como irritaciones, pinchazos, etc. Hasta ahí todo bien. Pero con el tiempo, eso fue generando con el paso de los siglos una de las más absurdas deficiencias mentales que tiene la sociedad en general, hoy en día: EL PUDOR.

No nacemos con pudor, ya que nacemos desnudos, acostumbrados a un cálido liquido protector, y mientras observamos con total naturalidad como todos nos miran mientras nuestras madres nos cambian los pañales sin sentir el mínimo ápice de vergüenza, sentimos como nos molesta la ropita, y esos necesarios pañales, que a veces nos hacen llorar del agobio.

La primera vez que fui al festival de Ortigueira, supe que ese partido lo jugaba en casa sin ni siquiera bajarme del coche, observando con cara de pasmo al dar la vuelta a la glorieta, como en la puerta del Gadis toda la gente se hacía y fumaba porros, incluso alguno metiéndose coca, mientras a 4 metros los observaba la policía de la glorieta, con total parsimonia. Ahí comprendí que me esperaban 4 días sin ningún tipo de límite, censura o compromiso. Incluso llegué a experimentar lo que debía sentir Johnny Depp en “Miedo y asco en Las Vegas” cuando llegaba a al hotel repleto de policías con una maleta igualmente repleta de todo tipo de drogas, después de estafar a otro hotel de esa misma ciudad, cuando me acercaba a charlar amistosamente con la policía, sabiendo que si me daban la vuelta y me sacudían se formaría una montaña de todo tipo de sustancias que harían sonrojarse a los DOORS.

La cuestión es que nunca había estado en una playa nudista, y la de Ortigueira no lo era, pero al ver a varios Hippies tomando es sol en bolas, se me encendió la bombilla y decidí hacer lo mismo. Luego me apeteció dar un paseo y allí iba yo, tan campante mientras mis amigos se partían el culo, seguro que con envidia. Pero en ese momento, es como si en mi cabeza saltara un resorte, porque mientras paseaba tranquilamente con el viento acariciando toda mi piel, una paz tremenda me invadió, paz conmigo mismo, y con el entorno, que luego dio paso a la euforia, y me negué a volver a vestirme, hasta que cayó la noche y empezó a refrescar. Así que a la hora de volver al camping, la gente se me quedaba mirando mientras pasaba con toda naturalidad entre las tiendas, y nos poníamos a cenar en corro, (todos vestidos menos yo, claro) y a charlar de las peripecias del día anterior. Aunque las bromas sobre mi estado me resultaban indiferentes, alguien gritaba, “Seijas, ni te acerques a los fiambres, que luego a ver quien los come).

Nunca más quise ir por iniciativa propia a una playa que no fuera nudista.

No me gustaba como estaba yendo esa noche, estábamos haciendo botellón en la playa del Riazor, y me estaba rallando un poco con las conversaciones que ni me interesaban, ni tenía nada que aportar, así que me pareció buena idea, mientras los demás seguían a lo suyo, darme un baño, hacerme el muerto y mirar las estrellas, a ver si me relajaba un poco. Nunca sospeché que al volver, me estuvieran sacando fotos y grabando en video. Y que al día siguiente me presentaran un maravilloso montaje hecho por Ziriwi, con la música de Terminator. Había nacido, sin yo saberlo, la leyenda de Seijeitor.