FLOATING IN THE ENDLESS BLUE
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Érase una vez, un príncipe de un antiguo reino que llevaba una vida de lujo, y no se interesaba por nada. ¿Por qué iba a hacerlo, si lo tenía todo en la vida? Dinero, poder, hermosura... Sus padres, los reyes, estaban preocupados, pues rehusaba aprender a leer o a escribir, aprender las tácticas de batalla, y los consejos de su padre para saber llevar sabiamente el gobierno del reino en un futuro. Le preocupaba también que no tuviera la fuerza de voluntad, la dedicación y sentido de sacrificio que su país necesita. El caso es que era el legítimo heredero del trono, y el rey decidió como último recurso que su hijo sólo pudiera gobernar como rey si se casaba con una princesa de un remoto reino, con la esperanza de que ella le ayudara en los momentos de crisis.
Así pues, el príncipe se dispuso a partir hacia ese remoto país con una flota de 10 barcos, y pedir la mano de esa joven princesa, pues así era la voluntad de su padre. Llevaban navegando una semana cuando una gran tormenta los cogió por sorpresa y apenas pudieron hacer nada por no naufragar.
El príncipe se despertó en una playa. Enseguida comprendió que era el único superviviente de la catástrofe ya que no había rastro alguno de los barcos. Sus ropas estaban echas jirones y llenas de polvo. No sabía cuanto tiempo había permanecido inconsciente en la playa. Entonces decidió seguir un estrecho sendero con la esperanza de que le llevara a un lugar habitado. La partitura de ese día estaba en sol mayor, y con el calor, llegó la SED. No encontraba ningún lugar con agua potable, y con el paso de las horas a la SED se unió el HAMBRE. Estaba a punto de desvanecerse cuando divisó una cabaña cerca de allí, eso le dio fuerzas para acercarse, y medio muerto, llamó a la puerta. Abrió un hombre fornido, de unos 40 años, y enormes brazos. Lo recogió del suelo como si fuera un muñeco y le dio de beber y algo de comer. Cuando el príncipe se recuperó, le preguntó el hospitalario señor:
- ¿Quién eres, y qué te ha pasado?
- Soy el príncipe del reino de X, y me dirigía a un lejano reino para casarme con su princesa, cuando nos sorprendió una tempestad, y todos los barcos naufragaron. Yo soy el único superviviente, y apenas he podido llegar hasta aquí...
El hombre estalló en carcajadas y le replicó amistosamente al príncipe:
- Vaya historias os inventáis los vagos, se nota que tenéis mucho tiempo libre. Tienes manos de no haber trabajado en tu vida.
- ¿Qué forma es esa de hablarle a un futuro rey? ¿Es que acaso estás loco y deseas morir?
- Tranquilízate, aún no he escuchado las gracias por haberte ayudado. Y ¿Cómo ibas a matarme tú? Je, je, ¿Te has visto lo enclenque que eres? No podrías conmigo, y deja ya esa historia del príncipe si no quieres que aparte de ser vagabundo te tome por loco.
- ¿Las gracias? Tú flipas, ¡Deberías sentirte honrado de servirme! Pero es cierto, soy un príncipe, no miento.
- Está bien, te pondré a prueba, los reyes y príncipes saben leer y escribir, te traeré una carta que me ha escrito un primo mío, si eres capaz de decirme lo que pone, te creeré.
El príncipe se puso entonces colorado mientras el hombre iba a otra habitación, ¿Cómo explicarle que nunca había querido aprender a pesar de lo que le había insistido su padre? El hombre regresa con la carta.
- Aquí está... Je, je...
El príncipe se esfuerza realmente por entender algo, pero después de varios minutos intentándolo con la primera palabra, desiste, y dice avergonzado:
- No puedo, no sé leer.
- Ahá, la cosa está clara, no me equivocaba.
- De cualquier forma, tengo que regresar a casa.
- Pues no sé de dónde vienes, pero lo que si sé es que te será muy complicado. No hay ningún sitio poblado en bastantes kilómetros. Necesitarás un caballo y provisiones para llegar. Yo puedo vendértelos si quieres pero no será barato.
- (Mirándose los jirones que llevaba por ropa) No te habrás dado cuenta de que no llevo dinero encima.
- Entiendo. Está bien, te lo pondré fácil. Verás, yo soy herrero, y necesito un ayudante, trabajarás para mí hasta que considere que te has ganado el caballo y los víveres.
- ¡Por quién me has tomado! No pienso trabajar para ti. No he trabajado en toda mi vida y no voy a hacerlo ahora.
Dicho esto salió de la cabaña dando un portazo y siguió caminando por el sendero. Recapacitando se dio cuenta que si era verdad lo que aquel hombre decía, nunca llegaría vivo a algún sitio habitado. Realmente aquel hombre no le dejaba opción, así que dio media vuelta y volvió a la cabaña. Cuando el herrero abrió la puerta le dijo:
- Está bien trabajaré para ti. No me dejas opción.
- Lo harás si me das las gracias por la ayuda.
- (Con cara de odio y como si le costara escupir las palabras) Gra-cias.
Así que el príncipe se pasó los dos años siguientes trabajando para el herrero. Lo que al principio eran acciones torpes se convirtieron con el tiempo en movimientos ágiles y golpes precisos. Acabó conociendo todos los secretos del oficio, y lo que antes era un hombre inútil se convirtió en un experto herrero. Las noches las pasaba pensando en sus padres, y echaba de menos las comodidades de palacio, cuando ahora vivía en completa austeridad. Y así aprendió a valorar lo que tenía en su vida pasada. Al cabo de los dos años el herrero cumplió su palabra y le dio el caballo y los víveres. Se dispuso a partir y el herrero le dijo una última cosa:
- Te he dado algo más valioso que lo que te llevas. Te he dado algo que no podrás perder.
- Gracias por todo, herrero.
Y dicho esto, montó a caballo y siguió el sendero que le llevaría a un pueblo lejano.
Continuará…
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Érase una vez, un príncipe de un antiguo reino que llevaba una vida de lujo, y no se interesaba por nada. ¿Por qué iba a hacerlo, si lo tenía todo en la vida? Dinero, poder, hermosura... Sus padres, los reyes, estaban preocupados, pues rehusaba aprender a leer o a escribir, aprender las tácticas de batalla, y los consejos de su padre para saber llevar sabiamente el gobierno del reino en un futuro. Le preocupaba también que no tuviera la fuerza de voluntad, la dedicación y sentido de sacrificio que su país necesita. El caso es que era el legítimo heredero del trono, y el rey decidió como último recurso que su hijo sólo pudiera gobernar como rey si se casaba con una princesa de un remoto reino, con la esperanza de que ella le ayudara en los momentos de crisis.
Así pues, el príncipe se dispuso a partir hacia ese remoto país con una flota de 10 barcos, y pedir la mano de esa joven princesa, pues así era la voluntad de su padre. Llevaban navegando una semana cuando una gran tormenta los cogió por sorpresa y apenas pudieron hacer nada por no naufragar.
El príncipe se despertó en una playa. Enseguida comprendió que era el único superviviente de la catástrofe ya que no había rastro alguno de los barcos. Sus ropas estaban echas jirones y llenas de polvo. No sabía cuanto tiempo había permanecido inconsciente en la playa. Entonces decidió seguir un estrecho sendero con la esperanza de que le llevara a un lugar habitado. La partitura de ese día estaba en sol mayor, y con el calor, llegó la SED. No encontraba ningún lugar con agua potable, y con el paso de las horas a la SED se unió el HAMBRE. Estaba a punto de desvanecerse cuando divisó una cabaña cerca de allí, eso le dio fuerzas para acercarse, y medio muerto, llamó a la puerta. Abrió un hombre fornido, de unos 40 años, y enormes brazos. Lo recogió del suelo como si fuera un muñeco y le dio de beber y algo de comer. Cuando el príncipe se recuperó, le preguntó el hospitalario señor:
- ¿Quién eres, y qué te ha pasado?
- Soy el príncipe del reino de X, y me dirigía a un lejano reino para casarme con su princesa, cuando nos sorprendió una tempestad, y todos los barcos naufragaron. Yo soy el único superviviente, y apenas he podido llegar hasta aquí...
El hombre estalló en carcajadas y le replicó amistosamente al príncipe:
- Vaya historias os inventáis los vagos, se nota que tenéis mucho tiempo libre. Tienes manos de no haber trabajado en tu vida.
- ¿Qué forma es esa de hablarle a un futuro rey? ¿Es que acaso estás loco y deseas morir?
- Tranquilízate, aún no he escuchado las gracias por haberte ayudado. Y ¿Cómo ibas a matarme tú? Je, je, ¿Te has visto lo enclenque que eres? No podrías conmigo, y deja ya esa historia del príncipe si no quieres que aparte de ser vagabundo te tome por loco.
- ¿Las gracias? Tú flipas, ¡Deberías sentirte honrado de servirme! Pero es cierto, soy un príncipe, no miento.
- Está bien, te pondré a prueba, los reyes y príncipes saben leer y escribir, te traeré una carta que me ha escrito un primo mío, si eres capaz de decirme lo que pone, te creeré.
El príncipe se puso entonces colorado mientras el hombre iba a otra habitación, ¿Cómo explicarle que nunca había querido aprender a pesar de lo que le había insistido su padre? El hombre regresa con la carta.
- Aquí está... Je, je...
El príncipe se esfuerza realmente por entender algo, pero después de varios minutos intentándolo con la primera palabra, desiste, y dice avergonzado:
- No puedo, no sé leer.
- Ahá, la cosa está clara, no me equivocaba.
- De cualquier forma, tengo que regresar a casa.
- Pues no sé de dónde vienes, pero lo que si sé es que te será muy complicado. No hay ningún sitio poblado en bastantes kilómetros. Necesitarás un caballo y provisiones para llegar. Yo puedo vendértelos si quieres pero no será barato.
- (Mirándose los jirones que llevaba por ropa) No te habrás dado cuenta de que no llevo dinero encima.
- Entiendo. Está bien, te lo pondré fácil. Verás, yo soy herrero, y necesito un ayudante, trabajarás para mí hasta que considere que te has ganado el caballo y los víveres.
- ¡Por quién me has tomado! No pienso trabajar para ti. No he trabajado en toda mi vida y no voy a hacerlo ahora.
Dicho esto salió de la cabaña dando un portazo y siguió caminando por el sendero. Recapacitando se dio cuenta que si era verdad lo que aquel hombre decía, nunca llegaría vivo a algún sitio habitado. Realmente aquel hombre no le dejaba opción, así que dio media vuelta y volvió a la cabaña. Cuando el herrero abrió la puerta le dijo:
- Está bien trabajaré para ti. No me dejas opción.
- Lo harás si me das las gracias por la ayuda.
- (Con cara de odio y como si le costara escupir las palabras) Gra-cias.
Así que el príncipe se pasó los dos años siguientes trabajando para el herrero. Lo que al principio eran acciones torpes se convirtieron con el tiempo en movimientos ágiles y golpes precisos. Acabó conociendo todos los secretos del oficio, y lo que antes era un hombre inútil se convirtió en un experto herrero. Las noches las pasaba pensando en sus padres, y echaba de menos las comodidades de palacio, cuando ahora vivía en completa austeridad. Y así aprendió a valorar lo que tenía en su vida pasada. Al cabo de los dos años el herrero cumplió su palabra y le dio el caballo y los víveres. Se dispuso a partir y el herrero le dijo una última cosa:
- Te he dado algo más valioso que lo que te llevas. Te he dado algo que no podrás perder.
- Gracias por todo, herrero.
Y dicho esto, montó a caballo y siguió el sendero que le llevaría a un pueblo lejano.
Continuará…
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