STORMBRINGER
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Pocas cosas recuerdo con una sonrisa tan amplia en la boca, como aquellas partidas de Stormbringer, donde nos reuníamos todos en el piso de arriba de un bar, o en el pub Kamelot por las tardes, con una ambientación perfecta para que Xurxo nos hiciera vivir sus historias. Yo era un asesino, un mercenario, ambidiestro, con dos espadas de doble hoja y doble filo. Con el tiempo llegué a ser maestro, y temido. Llegué a ser un noble con diversas posesiones, entre ellas un enorme castillo, totalmente detallado.
Lo que más me apasionaba era la capacidad de Xurxo para adaptarse a mis ocurrencias. La mayoría de los masters trazan una historia y no te puedes salir de ahí, sin embargo, él decía que lo que más le gustaba de las partidas era lo que a mi se me ocurría, y ni de coña iba a ponerme límites, así que así lo veíamos habitualmente haciendo tablas estadísticas y porcentajes durante la marcha, para no perderse el giro inesperado que había tomado su propia historia. La verdad es que nos desternillabamos de la risa durante horas.
Una vez entramos en un caserón abandonado. Al pasar la puerta de la entrada había tres puertas más, la de la derecha tenía encima unos extraños símbolos que ninguno podíamos leer. (Lástima de no tener un monje con nosotros). ¿Qué hacéis? – Pregunta de Xurxo – Pues nos vamos por la del medio. – Todos. Yo pensaba que era mejor explorar sigilosamente toda la casa para evitar posibles emboscadas. Así que le dije que iría primero por la de la derecha, y luego ya alcanzaría al resto. Xurxo me miró con cara inquisitoria y dijo –“Muy bien”. Así que entré en la estancia, oscura, donde solo se veía un espejo, con unos extraños símbolos en su marco superior, que, como no, yo no podía leer. Mientras, los otros en no se donde. Pregunta de Xurxo: “¿Qué haces ahora?” Era evidente que ahí no había enemigos, lo más normal hubiera sido dar la vuelta y reunirme con los demás, pero le dije: ¿Puedo tocar el espejo? Xurxo se llevó automáticamente las manos a la cabeza. “¿Pero era tan difícil ir con los otros? Fuf, anda, mira, estas en el medio de Manhattan en pleno siglo XX, estás desorientado y no sabes como llegaste ahí. Voy con los demás mientras pienso como coño te saco de ahí.” Yo con cara de circunstancia.
En otra ocasión, también había decidido ir por mi cuenta en unas cuevas, y mientras los otros estaban sabe dios donde, yo entré en una preciosa excavación, iluminada por las paredes, con una fuente en el medio. Del agua salió una hermosísima mujer. Xurxo: “Esa mujer es una ninfa de agua, y te va a conceder un deseo. Así que pide lo que tu quieras.” Yo (con los ojos como platos): “¿Lo que yo quiera?” Xurxo: “Si. Lo que tu quieras.” Es verdad, podía pedirle que me teletransportara a donde estaban los demás y así continuar con ellos la aventura, pero en vez de eso, le susurré unas palabras en el oído a Xurxo. Éste estalló en carcajadas y tardó varios minutos en serenarse, mientras yo, en la silla de al lado, colorado como un tomate, cual doncella virginal. Cuando se recuperó, dio un golpe en la mesa, y dijo: “En guardia todo el mundo, estáis siendo emboscados por una patrulla de orcos” y todos mirando para mi, “Eh, no me miréis, yo no tengo nada que ver con eso.” Y todos, “¿Pero qué deseo pidió este desgraciao?” y Xurxo: “La emboscada estaba planeada, lo que no estaba planeado es que la ninfa le tuviera que hacer una mamada a éste durante tres turnos” Risas.
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Pocas cosas recuerdo con una sonrisa tan amplia en la boca, como aquellas partidas de Stormbringer, donde nos reuníamos todos en el piso de arriba de un bar, o en el pub Kamelot por las tardes, con una ambientación perfecta para que Xurxo nos hiciera vivir sus historias. Yo era un asesino, un mercenario, ambidiestro, con dos espadas de doble hoja y doble filo. Con el tiempo llegué a ser maestro, y temido. Llegué a ser un noble con diversas posesiones, entre ellas un enorme castillo, totalmente detallado.
Lo que más me apasionaba era la capacidad de Xurxo para adaptarse a mis ocurrencias. La mayoría de los masters trazan una historia y no te puedes salir de ahí, sin embargo, él decía que lo que más le gustaba de las partidas era lo que a mi se me ocurría, y ni de coña iba a ponerme límites, así que así lo veíamos habitualmente haciendo tablas estadísticas y porcentajes durante la marcha, para no perderse el giro inesperado que había tomado su propia historia. La verdad es que nos desternillabamos de la risa durante horas.
Una vez entramos en un caserón abandonado. Al pasar la puerta de la entrada había tres puertas más, la de la derecha tenía encima unos extraños símbolos que ninguno podíamos leer. (Lástima de no tener un monje con nosotros). ¿Qué hacéis? – Pregunta de Xurxo – Pues nos vamos por la del medio. – Todos. Yo pensaba que era mejor explorar sigilosamente toda la casa para evitar posibles emboscadas. Así que le dije que iría primero por la de la derecha, y luego ya alcanzaría al resto. Xurxo me miró con cara inquisitoria y dijo –“Muy bien”. Así que entré en la estancia, oscura, donde solo se veía un espejo, con unos extraños símbolos en su marco superior, que, como no, yo no podía leer. Mientras, los otros en no se donde. Pregunta de Xurxo: “¿Qué haces ahora?” Era evidente que ahí no había enemigos, lo más normal hubiera sido dar la vuelta y reunirme con los demás, pero le dije: ¿Puedo tocar el espejo? Xurxo se llevó automáticamente las manos a la cabeza. “¿Pero era tan difícil ir con los otros? Fuf, anda, mira, estas en el medio de Manhattan en pleno siglo XX, estás desorientado y no sabes como llegaste ahí. Voy con los demás mientras pienso como coño te saco de ahí.” Yo con cara de circunstancia.
En otra ocasión, también había decidido ir por mi cuenta en unas cuevas, y mientras los otros estaban sabe dios donde, yo entré en una preciosa excavación, iluminada por las paredes, con una fuente en el medio. Del agua salió una hermosísima mujer. Xurxo: “Esa mujer es una ninfa de agua, y te va a conceder un deseo. Así que pide lo que tu quieras.” Yo (con los ojos como platos): “¿Lo que yo quiera?” Xurxo: “Si. Lo que tu quieras.” Es verdad, podía pedirle que me teletransportara a donde estaban los demás y así continuar con ellos la aventura, pero en vez de eso, le susurré unas palabras en el oído a Xurxo. Éste estalló en carcajadas y tardó varios minutos en serenarse, mientras yo, en la silla de al lado, colorado como un tomate, cual doncella virginal. Cuando se recuperó, dio un golpe en la mesa, y dijo: “En guardia todo el mundo, estáis siendo emboscados por una patrulla de orcos” y todos mirando para mi, “Eh, no me miréis, yo no tengo nada que ver con eso.” Y todos, “¿Pero qué deseo pidió este desgraciao?” y Xurxo: “La emboscada estaba planeada, lo que no estaba planeado es que la ninfa le tuviera que hacer una mamada a éste durante tres turnos” Risas.
2 comentarios:
Por descontado tuve que tirar los dados para ver si la ninfa me hacia la mamada o no. Saqué critico. También había tirada para ver si conseguia correrme. Me falto tirar para ver si me corria en su cara. Resultó muy gracioso ver a todos tirando para ganar la batalla mientras yo estaba a "otra cosa". XD
Jaaaajajjajajajjaaa... Lo que más mola de las partidas es precisamente contar con la propia iniciativa de los jugadores para hacer algo. Un master que no sepa improvisar, es que o no conoce el mundo que trata de recrear, o que no tiene inventiva... En cualquier caso, no es un buen master... Mierda, qué ganas de jugar me han entrado con esta entrada, tío...
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